Paletas de guayaba

Había una vez, una mujer que vivía a la orilla de un palmar. Solita iba y venía como las olas del mar; vivía sola pero no desolada; tenía sus propias actividades, su propio tiempo, su propio espacio.

Era muy feliz conviviendo y compartiendo con ella misma porque había descubierto el verdadero significado de la frase “te vas a quedar sola” (que tan a menudo le repetía su familia por no amar a un hombre), que no es más que la libertad: regresar a una misma, priorizarse y amarse.

Un día, mientras preparaba unas ricas paletas de guayaba (que se disponía a vender en la playa), pasó una gata negra frente a su ventana; algo inusual pero que le dio un buen presentimiento.

Al salir a vender sus paletas en la hielera que le regaló su abuela, vió a lo lejos en un camastro a una bella y fuerte mujer con su cabello de lino azabache, su boca de coral, sus ojos dos estrellas.

Cuando pasó frente a ella, le preguntó si se encontraba sola y ella respondió llorando que sí. Se sentó junto a ella y la abrazó, acarició su largo cabello negro y le invitó una paleta de guayaba. Le dijo que, al comerla, conocería el verdadero significado de la soledad.

Mientras miraban juntas el atardecer, vieron pasar a una gata negra (la misma que se había aparecido horas atrás en la ventana de la mujer de las paletas). La mujer del cabello de lino azabache volteó a ver a la otra y le dijo: “Tengo un buen presentimiento”. Ambas sonrieron.

Cuando la mujer de las paletas se disponía a partir, una sensación repentina inundó su corazón: se dio cuenta de que podía caminar sin la nueva mujer que acababa de conocer, no era su media naranja, no le hacía falta; sin embargo, a través de la mujer con ojos de estrellas se podía descubrir a sí misma, podía aprender con ella, ver más atardeceres juntas, comer más paletas de guayaba, quererla libre y quererse libre con ella.

La mujer con boca de coral, al ver el ademán de partida de la otra, sujetó su mano y le dió las gracias por compartirle el verdadero significado de la soledad.

La mujer de las paletas sentía que se desvanecía y aunque trémula, se atrevió a decirle: “Si algún día quieres ayudarme a mejorar el sabor de mis paletas, me puedes encontrar a la orilla de un palmar”.

* Escrito por Jared Ceballos


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