LA REVOLUCIÓN DE LAS MACETAS
Despierto y las gotas de sudor descienden por mi frente, resbalándose en mis redondas y coloradas mejillas, para luego caer sobre mi pecho, me doy cuenta que su espalda está hecha mares, recuerdo que cada vez hace más y más calor, recuerdo las noticias que me contó Juliana sobre las sequías en su territorio, siento desesperanza, pero el sonido del ventilador me trae de nuevo al ahora.
Me levanto y abro aquella pequeña ventana que da hacia la calle principal, solo veo polvo y carros veloces, olores de ciudad. Prendo la radio y en las noticias informan que se ha batido de nuevo el récord mundial del día más caluroso, no me sorprende para nada, en ese momento pienso cómo afectará el hecho de que hayan destruido centenares de zonas verdes para la construcción del nuevo complejo de apartamentos a pocas cuadras de mi casa.
Me dirijo al baño y veo mis plantitas sedientas, cojo la regadera y procedo a hidratarlas con agua y con palabras bonitas, mis amigas dicen que, si les hablo bonito, ellas crecen frondosas, y creo que es cierto, veo a Simona, una planta de limón que sembré pensando que era de grosellas, en un arranque de mi niña interior que quería tener un árbol de ellas para poder comerlas cuantas veces quisiera.
Mientras me ducho empiezan a llegar a mí pensamientos apocalípticos, la casa grande está enferma como lo han dicho las indómitas y sólo en nosotras está la posibilidad de recuperarla, debemos organizarnos y crear estrategias de supervivencia para sobrevivir y vivir en el sistema Munda Vida.
Juliana ya despertó y ha empezado a preparar el desayuno, quiero ayudar así que tomo los vegetales, siendo sincera siento algo de temor, pienso en todos los químicos tóxicos que habrá en aquellas pequeñas figuras anaranjadas, verdes, moradas y rojas, cuán envenenados están nuestros alimentos, qué podemos hacer para salirnos de este juego macabro de la contaminación y las farmacéuticas, estamos igual de enfermas que la casa grande, estamos recluidas en este mundo sin agua, sin comida, sin vida; hasta sin esperanza.
—¡No! Me rehusó a aceptarlo—.
¿No? —Pregunta ella con cara de asombro— ¿Quieres desayunar en otra cosa?
Recuerdo que suelo pensar en voz alta, entonces me acerco, rodeo su cintura con mis brazos, beso su frente, le doy una pequeña sonrisa, y le confirmo que el desayuno con su compañía siempre es y será perfectamente delicioso, nos miramos, y nos sabemos cómplices.
Corremos para alcanzar el autobús acompañadas de aquel esmog matutino propio de las ciudades industriales como la nuestra, ella toma la ruta dos, yo me quedo en la tercera estación esperando la ruta 4 que me llevará al cajón de paredes marrones que contiene un escritorio, una pantalla acompañada de un teclado y un mouse, artefactos que sirven para sostener un sistema mundo que no me pertenece, pero ayuda para pagar las cuentas a fin de mes y comprar en el mercado, y en algunas pocas ocasiones para salir con la Amora y las amigas ha conspirar la vida.
Vuelvo a sumergirme en mis pensamientos y recuerdo que hace días mi compañera y maestra de largos cabellos negros, de ojos bonitos y lentes de profesora, dijo que es posible crear pequeñas y sostenibles huertas en las macetas, que podríamos sembrar alimentos que nos sostengan la vida y sin participar en el sistema mundo muerte. También llega a mi memoria la abuela Elvira que sembró en su casa de paredes de esterilla, un gran patio lleno de plantas, con un árbol de mango que nos alimentó por dos generaciones y que pudieron ser más si no fuera porque la violencia nos hizo huir de ese lugar. Es allí donde conecto con mi certeza de que sí es posible hacerlo, que solo necesitamos las macetas, la semilla, el agua y la tierra, pero sobre todo la intención y la juntanza con otras que deseen lo mismo, para cultivarnos y acompañarnos.
Llega el anochecer y me encuentro de nuevo con Juliana que está esperándome en la parada, se ve algo cansada, nos tomamos de la mano para regresar a casa, en ese momento bajo la luz de la luna llena, casi como un conjuro me llega una lesboepifanía; es claro, nosotras las mujeres siempre hemos sembrado vida, por el afán de participar en el sistema mundo lo hemos olvidado, debemos regresar a nosotras, debemos iniciar LA REVOLUCIÓN DE LAS MACETAS, las comunas huertas, las úteras agricultoras, nuestra Munda, la Villa Indómita, la Terriroria Insurrecta.
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Bui Ngan, Flowers in Bloom |
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