La munda

Falsa estabilidad, falso progreso y falsa humanidad: creo que ese es el mejor descriptor de la forma en que funcionan las cosas en este planeta.

Nos jactamos como seres humanos de la superioridad de la razón y la decisión, y se nos hace muy fácil pasar por encima de la casa y destruirla, cuál ciclón.

Qué importan cinco árboles menos, tres vacas más en el matadero, seis cerditos huérfanos y asesinados a sangre fría más, 500 lingotes de oro para el Vaticano pero miles de niñas y niños muriendo de hambre, mujeres y animales violadas y explotadas el suelo y el agua explotado también, sin piedad. ¿A dónde vamos a parar? Tampoco importa mucho, siempre y cuando podamos comernos el ternero al carbón en el almuerzo del domingo y el gran ganadero pueda venderlo…

No puedo más, todo este caos y violencia

me quitan las ganas de vivir.


La tierra muere, y todas dentro de ella también. El desinterés cobra más importancia que el deseo de hacer los esfuerzos necesarios, el calor aumenta y el agua se evapora, los alimentos están envenenados y parece que no pasara nada… Lo ideal es quejarnos para dejarlo pasar como si eso fuera la solución, aunque la realidad es que tal vez ya no exista una.


Las últimas esperanzas las pongo en el corazón de la lesbiandad y la potencia que allí puedo encontrar. Las últimas esperanzas están en encontrar unas mujeres poderosamente conscientes y con sueños de colores para crear una burbujita de existencia amorosa, tranquila, entre mujeres, para todos los seres vivos y respetuosamente en la tierra que nos acoge.


Caminar la utopía hasta hacerla realidad me mueve el alma y esa utopía será un rinconcito de un mundo habitado por mujeres lesbianas.

Mujeres que renunciamos a la idea de explotar y que luchamos por no ser explotadas, un rincón donde el oxígeno renace y reinicia, un rincón donde todas somos hermanas, un rincón donde no hay silencios inquisidores solo alegrías rebeldes, un lugar al que de verdad vamos a llamarle hogar.





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