El monstruo que (ya no) habita
No está en la cueva más oscura, ni en el lugar más recóndito. Lo más peligroso de este monstruo es que está por doquier, se pega en nuestra piel y tiene mil formas, colores y hasta sabores. Este monstruo es difícil de corroer, tiene vida propia, mente propia y sabe que puede juntarse con nuestros miedos y temores, con nuestras preguntas y nuestras ideas inconclusas, para hacer más tenebrosa y dolorosa su presencia.
Este monstruo, a veces invisible, se impregna tanto en nosotras que nos arrebata la voluntad, la libertad, la fuerza, nos quebranta y engaña haciéndonos pensar que las maromas que hacemos nos resuelven las inconstancias, las carencias y nuestros abismos emocionales; esos que queremos evitar a toda costa.
En temporadas, algunos atisbos de luces iluminan y el jardín se acuerda de florecer, todo se conjuga y en ese momento místico y poderoso aparecen señales del universo para encaminarnos y recargarnos con ese poder de creer de nuevo en nosotras y en nuestras manos creadoras, en la energía que en ellas guardamos.
Para ese momento nos pensamos, nos reconocemos y nos permitimos saber que crear no es solo construir nuestra supervivencia: las ideas rebeldes con panfletos sobre “vivir es más que solo sobrevivir” nos recuerdan que también de las cenizas podemos resurgir. Los instantes se revitalizan porque re-aprendemos que crear también es sostenernos en la ternura del autocuidado, con el ejemplo del viento cuando acaricia las hojas de los árboles con una suave brisa reconfortante, con la alegría que sentimos cuando sale el arcoiris después de la inclemencia de una tormenta.
Y es allí, donde tantas cosas tienen sentido y empezamos a derrotar al monstruo… al final sí podemos volver a nosotras, al final, la magia de nuestras manos nos abrigará, nos protegerá, nos sostendrá.
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