Coco

Las humanas con las que vivo me dicen Coco, yo no sé qué nombre hubiese escogido para mí misma.

Tengo 11 años y con el tiempo me he vuelto más irritable, me molesta que me despierten. Mi pelaje es blanco y esponjoso, con unos chinos blancos, suaves suaves, y mis cabellos son tan delgados que lucen como pelusa sobre la ropa negra, y aunque soy pequeña, no dudo en lanzar la mordida si alguien trata de molestarme o tocar a mis compañeras humanas cuando estamos acurrucadas. Me gusta mucho cuando me dan pollito y disfruto tomar baños de sol, también me gusta cuando me llevan a lugares que no conozco o a los que no vamos comúnmente, como una caminata en el bosque, o a los parques con mucho pasto y que son tan grandes que parecen infinitos e interminables, aunque me estresan un poco, o un mucho los lugares donde hay mucha gente amontonada o los viajes largos en las cosas de metal y que se mueven de un lado a otro, pero me gusta sacar mi cabeza y asomarme, ir sintiendo el aire, el viento en mi nariz, ojos y orejas.

Me molesta que humanos que veo en la calle me quieran tocar como si los conociese, como si tuvieran el derecho de acercarse porque me veo tierna y hermosa.
Y el pollito, de verdad que me gusta mucho.

Creo que estoy en esta realidad ayudando a las humanas a estar y disfrutar del presente, como cuando la mañana luce excepcional y maravillosa y por razones que no entiendo, ella parece lucir apurada para irse a ningún lado divertido y me apura en mi paseo matutino; entonces tengo que recostarme un momento a tomar el sol y sentir los rayos de luz en mi cuerpecita.

También creo que es importante que sepan lo que significa cuidar a otra, que necesita agua fresca y comida, amora y apapachos, pero no demasiados. Que también soy frágil y puedo enfermar o lastimarme, y creo que es urgente que aprendan a acurrucarse, a disfrutar y añorar las espacias de descanso. A mostrar límites, cómo cuando estoy de mal humor porque me despiertan al moverse o quieren un abrazo y yo no quiero, y lo más importante, creo que deben aprender a recibir amora más que a darla, que deben ser consideradas y se tienen que levantar de la cama en las mañanas porque tengo que ir a orinar y hacer popó.

Lo que ellas no saben es que no soy una perrita, soy una nube que desde la ciela veía que necesitaban aprender algunas cosas, por eso un día, de un saltito bajé por una árbola.

A veces extraño a mis otras amigas, las nubes, y a mi amiga sol, por eso siempre que tengo la oportunidad, me tomo el tiempo de recostarme al aire libre.

No sé cuando pero en algún momento debo regresar con mis amigas las nubes y tendrán otra cosa que aprender; que la presencia significa aceptar la ausencia, aunque a ésta última no se le tenga presente y a veces nos olvidemos de ella y demos las cosas y las compañías por hecho. Pero por ahora espero que me den más pollito y conocer muchos nuevos lugares.

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