Voces de colores
Vica tenía un armario lleno de voces; estaban acomodadas por colores; cada día elegía una voz para combinarla con la ropa en turno: Si tenía una reunión de trabajo en la mañana, elegía un saco color crema, un bolso café y una voz gruesa color avellana. Cuando salía a tomar café con las amigas, se ponía unos pantalones de mezclilla, tenis y una voz azul cielo. Para defender la tesis, en la escuela, vestía una blusa color vino, tacones altos, pantalón de vestir y mucho maquillaje; sacaba entonces la voz especial de color negro que tenía dentro de un guardapolvos.
A Cielita le gustaba ir a casa de su tía, hacían pijamadas divertidísimas. Esa noche habían jugado con la capa mágica y volaron por toda la ciudad, era tarde y había que bañarse. Cielita ya era una niña grande que preparaba su ropa, aunque le gustaba hacerse la chiquita para que si tía la sacara del baño, cargada, envuelta en una toalla muy suave. Mientras alistaba su ropa, entró al vestidor de su tía y al jalar la toalla se cayó el organizador de las voces. Las risotadas volaron por la habitación, unas mancharon las cortinas, otras se estrellaron en el tocador y algunas más se escondieron bajo la cama.
Vica corrió para asegurarse de que la niña estaba bien. Cuando entró a la habitación, se encontró con una Cielita que usaba su voz de maestra, movía las manos y controlaba el universo de los peluches. Vica la miró entretenida y no dijo nada. La dejó ser. A las niñas siempre hay que dejarlas ser y acompañarlas en el proceso. Cielita volteó y vio a Vica, divertida, le preguntó entonces qué eran esas voces, quién jugaba con ellas, serían acaso un regalo para ella. Vica le dijo que no. Le explicó cómo cada una de esas voces era una herramienta de trabajo que usaba en el mundo.
Incrédula, Cielita le pidió que se pusiera una de las voces, para que le mostrara cómo funcionaban; metió la mano en la caja y tomó una de las que se quedaron pegadas en el fondo,era una roja: “Mujer que se defiende en el metro”, le pasó la voz sin reparar en la etiqueta. Cuando escuchó a su tía se espantó; le dio otra, una color salmón: “Compañera conciliadora”, ésa, sin duda, se parecía más a la voz que siempre usaba su tía. Cielita buscó una voz con etiqueta de “tía”, pero no la encontró, seguro era porque su tía la traía puesta. Le pidió entonces a Vica que se quitara la voz de tía, que quería escuchar su voz de Vica, su voz de verdad.
Vica se sentó frente a ella, la miró a los ojitos, le agarró las manitas y le dijo que siempre que estaba con ella estaba descalza de voz, le explicó que siempre que le hablaba a ella lo hacía con su voz real, su voz de ternura, su voz de amora para las otras. Su voz verdadera era ésa que usaba en la munda, por eso ella siempre escuchaba la misma voz: por ejemplo, cuando fueron a comer sándwiches a casa de Karina, o cuando le cantaron las mañanitas a su abuela Blanca.
Cielita arrugó la nariz, lo hacía cada vez que analizaba las cosas, y le preguntó quién le daría a ella su propia caja con voces, le pidió que, cuando llegara el momento, le enseñara a usarlas, porque no sabría por dónde empezar, ¿le darían una caja con muchas voces?, ¿tendría que ir comprándolas de a poco?, ¿cómo se usaban?, ¿podían combinarse? Le dijo que necesitaba con urgencia que la llevara por dos voces: una “voz para hablar con las amigas” y otra “para pedirle permiso a mamá”.
Vica sonrió, le dijo que no era necesario; donde ella vivía no se necesitaba usar voces porque era un lugar seguro, le contó que en la munda siempre podía usar su voz de ternura, como todas las amoras. Quizá un día, le dijo resignada, tengas que ir al mundo y entonces sí, tendrás que hacerte de tus propias voces. Aunque deseo, de verdad, que eso nunca pase.
—¡Ojalá que no, tía! si en ese mundo se usan todas esas voces debe ser un lugar agotador y psicótico—. Lo dijo usando la violeta “voz satírica de ironía para burlarse de lesbófobos”. Ambas se carcajearon. Cielita leyó la etiqueta y preguntó: —“¿lesbófobos?, ¿qué significa eso?”—. —Nada—, respondió Vica poniéndose su voz de “mujer altiva que se defiende de un jefe grosero”, —aquí no significa nada, porque aquí nada de eso existe—.
—“Lesbófobo palabra desconocida para algo que no existe en la munda”— dijo Cielita mientras alzaba las cejas y reía satíricamente. Vica sonrió, feliz y en paz, como quien sabe que ha vencido.
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