Amigas
Toc, toc, toc.
Paulina tocó aquella puerta de metal que conoce desde su infancia.
—Se me olvidaron las llaves, abuela— dice mientras abre la ventana detrás de la reja del mismo color que la puerta.
—¡Ay, Paulina! Deja te paso las mías— responde Carolina, una señora mayor de ochenta y dos años, con un paso lento por un dolor de rodilla y cabello corto lleno de canas.
Paulina, una jovena de venintiséis años de cabello castaño y ojos marrón acostumbrada a pararse de puntitas por su corta estatura, estira el brazo para tomar las llaves que le pasaba su abuela.
—¿Segura de que no pasa nada con porque venga contiga?— pregunta en voz baja Catalina, jovena de veinte, amiga reciente de Paulina, que venía de Puebla y apenas estaba conociendo la ciudad.
—No, Catalina, tranquila, le avise que traería a una amiga— contesta Paulina mientras abre la puerta y ambas pasan el zaguán. Caminan hacia la parte trasera de la casa para entrar por la cocina. Catalina sigue a Paulina con una sensación de nervios e intranquilidad.
—¡Hola, abuelita! Ella es Catalina, la amiga que te comenté que vendría— dice mientras abraza firme y amorosamente a su abuela.
— Ah, sí. Bienvenida Catalina, pasa.
—Muchas gracias, señora, traje un panqué de zanahoria para compartir, lo hice ayer con mi hermana.
—¡Qué linda! Muchas gracias. Vamos a comer.
Las tres mujeres se sentaron a la mesa, —Traje sopita de lentejas, abue— comenta Paulina, —¿Cómo has estado?— pregunta mientras procede a servir la sopa para todas.
—¡Ay!, pues muy triste, me hace mucha falta mi amiga Alejandrina. La extraño mucho
—¿Quién es Alejandrina?— pregunta Catalina que, a cada sorbo de sopa, va sintiendo calma y curiosidad por Carolina.
—Era la mejor amiga de mi abue
Riiiing
El celular de Paulina sonó y las sorprendió a todas. Una emergencia laboral. Paulina debía ir a atenderla prontamente. Le comentó a su amiga que debían irse, pero al decirlo, Carolina mostró tristeza en la mirada, una tristeza que tocó profundamente la corazona de Catalina.
—Creo que me quedaré a comer con la señora Caro, no te preocupes, amiga. Sé el camino de regreso— comentó la jovena que le sonreía cálidamente a la anciana.
—¿En serio? Qué linda, Cata… Me sabe mal irme, abuelita, pero debo ir a resolver esto, ¿me perdonas?— dijo la nieta mientras levantaba su plato. —No te apures, Pau. Ve y atiende tus asuntos, te amo—.
—También te amo— y con estas palabras Paulina se va.
Mientras ve a su nieta irse apresurada, Carolina voltea hacia Cata. —Gracias por quedarte, si te soy sincera me gusta mi independencia y vivir sola, pero a veces es muy solitario—.
—Gracias por permitir que me quede, Caro. También me he sentido sola, vengo de Puebla, estando aquí contiga siento mucha tranquilidad—.
—¿De Puebla?— pregunta Carolina entusiasmada…
Las dos mujeres hablaron toda una tarde, compartiendo, riendo e incluso llorando. Vieron fotos y escucharon música. Contaron anécdotas y chistes.
—Ya es algo tarde, vete antes de que oscurezca por completo. Disfruté mucho tu compañía, Cata.
—También disfruté mucho estar aquí, si me lo permites, me gustaría visitarte o llamarte de vez en cuando.
—Sería un gusto seguir sabiendo de ti y tan curiosas aventuras.
—Y será un placer para mi, seguir aprendiendo de una mujer tan sabia y divertida.
Ambas se miran a los ojos por unos instantes y se sonríen sabiendo que una nueva amistad nació aquella tarde.
* Escrito por María Mai
Comentarios
Publicar un comentario