La Munda
A Cielita le gustaba ir al parque y dibujar en la tierra con una ramita de árbol. Estaba trazando un ombligo en el centro del círculo cuando vio llegar a Kiki, que sostenía una gran caja blanca decorada con un moño rojo. Era un regalo, no había duda.
—Yuju, yujuuuuu, Cielita— Dijo Kiki mientras se acercaba y fingía esconder el regalo que la niña ya había visto.
—Toma, tengo algo para ti—
Cielita abrió la caja, hizo a un lado las serpentinas, y vio la tela brillosa que reconoció de inmediato.
—Es tu capa mágica, tía ¿de verdad me la regalas?—
—Sí, amorcita. En realidad es tuya y yo sólo la cuidé mientras tú llegabas. Pero antes de que la uses, debo contarte su historia: Esta capa me la dio mamá, a ella su mamá, a ella su mamá y así todas las ancestras. Esta capa fue tejida por las que vinieron antes de mí y pasará a manos de quienes lleguen después de ti. Es una capa infinita tejida por las manos de muchas mujeres.—
Cielita tenía muchos recuerdos de aventura con su tía y esa capa.
Cada que Kiki la lanzaba hacia el cielo, ambas descubrían universos nuevos a su caída: un día, escaparon de la lluvia con ella; en vacaciones, la amarraron con unos palos y navegaron hasta los arrecifes de coral; otra vez, soplaron dentro y crearon una cueva; una más la tendieron como alfombra voladora y cruzaron la ciudad.
Cielita estaba contenta; tenía en las manos la magia de todas esas mujeres metida en una caja blanca de moño rojo.
—¿Te cuento algo? Yo sabía que un día me la ibas a dar y ya tenía planeada nuestra próxima aventura—dijo mientras se echó a correr.
—¡Ven, Kiki!— Tomó la capa y la lanzó al cielo por primera vez, como tantas veces vio a su tía hacerlo.
El mundo era parecido, pero olía distinto. El aroma era suave, cremoso. A lo lejos escucharon voces de niñas y mujeres que corrían entre los árboles y reían de colores.
—Bienvenida, al futuro, Kiki. Estamos de regreso en La Munda.—
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