La guardiana blanca
Soy Mushu, una gata de pelaje blanco como la nieve y unos ojos color amarillo como el oro.
Siendo honesta, no puedo recordar la primera vez que comí en casa y tampoco puedo recordar la ultima, pero sí puedo recordar que cuando llegué me sentí bienvenida y por eso decidí quedarme. Imagínense, me cuidaron embarazada y le buscaron hogar a mis diez gatitos.
Siendo honesta, no puedo recordar la primera vez que comí en casa y tampoco puedo recordar la ultima, pero sí puedo recordar que cuando llegué me sentí bienvenida y por eso decidí quedarme. Imagínense, me cuidaron embarazada y le buscaron hogar a mis diez gatitos.
Me agrada dormir en la cabeza de la humana, comer jamón, tomar el sol debajo de una planta, echarme en la tierra húmeda recién regada.
¿Saben qué no me gusta? Los perros. ¡Los odio! Son ruidosos, fastidiosos y huelen muy feo.
Recuerdo la vez que estando tranquilamente tomando el sol, vi a uno de ellos con la sucia intención de invadirme, lo juro, lo vi tan campante caminando a unos metros de mi zona, el no se lo esperaba, le tendería una emboscada, me oculte al otro lado del auto y camine sigilosamente al ritmo para poder interceptar al otro extremo del camino, cuando cruzamos camino no lo pensé dos veces le tiró mis mejores zarpazos, uno a la nariz y otro a los ojos claro que si no podía faltar pero por supuesto que salió corriendo y yo también, nunca mas lo volví a ver.
A veces me pregunto "¿Cuál fue mi propósito?"
Ya hace mucho que deje de pasear entre humanos y cuando me pongo a pensar, me pregunto si acaso solo fui una compañera o si fui una guardiana del patio y el alma como decía la humana, me gusta pensar que fui más, aunque nunca me entere.
Tal vez solo acompañé a una humana, y le enseñé a sentir, a llorar, a valorar la vida con unos cuantos pelos en la ropa y en el cuerpo, y también a acompañar aunque a veces se le olvida...
Como cuando llegó una nueva compañera a la que la humana identificaba como Nana, de un patrón muy raro que yo nunca había visto, llena de manchas, con patas largas y aún en crecimiento, que estaba muy flaca cuando llegó... Yo le enseñé a atrapar ratones y cucarachas, y aprendió, pero no era la mejor haciéndolo, y parecía no importarle.
La última vez que la humana y yo nos vimos ya habíamos pasado una semana entre veterinarios y análisis que terminaron con el anuncio de un fallo hepático en mi cuerpo, aunque la verdad yo ya lo sabía desde antes, eran mis últimos momentos.
La humana con el corazón roto y yo, volvimos a casa y nos acostamos juntas, me puso en mi almohada favorita –¡ay!, era tan cómoda- y ella se puso a mi lado, mirando la caja negra (televisión). A su lado, calientita, el dolor fue cesando poco a poco, cada vez sentía más sueño.
La humana con el corazón roto y yo, volvimos a casa y nos acostamos juntas, me puso en mi almohada favorita –¡ay!, era tan cómoda- y ella se puso a mi lado, mirando la caja negra (televisión). A su lado, calientita, el dolor fue cesando poco a poco, cada vez sentía más sueño.
Ella lloraba mucho pero bajito, y yo no entendía por qué si ya me sentía bien, pero me dijo que podía dormir tranquilamente, que ella y todo estaría bien…
Unos segundos pasaron, y de pronto me sentí en paz.
* Escrito por Judit Quintanilla
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Imagen tomada de la red. |
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