Entre sismos e historias

Conchita nació en Toluca, hermana de tres varones e hija de Luz, que siempre llevaba dos trenzas. 

Conchita desde muy chica fue buena en la escuela, pero como el mundo es ingrato, no la dejaron terminar la primaria. Ella vivía en una vecindad donde todos tenían apodos chistosos, y donde, de lejos, se enamoró de un hombre moreno de pelo negro. Él le prometió que la amaría, que vivirían juntos en una casa no tan grande y que saldrían a viajar para conocer el mundo o, por lo menos, todos los estados de México. 

Más tarde que temprano, él abandonó a Conchita porque tenía otra familia, no sin antes dejarla con una semilla en su útera. Los hermanos de Conchita la acusaron de todo: puta, rompe hogares, loca, tonta. Lo que ella hizo fue encontrar un trabajo para ella y para la nueva criatura. 

El lunes 19 de septiembre, mientras lavaba los platos, sonó la alarma sísmica. Me sequé las manos como pude y fui a buscar a mi abuela Conchita, la mujer que me enseñó que no tengo que estar junto a un hombre para ser feliz, la mujer que me enseñó a leer y escribir, la mujer que confía en mí como para darme la mano cuando está temblando. La mujer de cuyos ojos, cuando tiene miedo por el movimiento de los cuadros, salen lágrimas, pero buscan los míos, porque sabe que estamos juntas. 

Mujeres que cuidamos, mujeres que nos cuidan, mujeres que nos amamos, mientras nos tiembla el mundo o cuando nos tiran del piso.


* Escrito por Susy Manzanilla


Ilustración de Livia Fălcaru


Comentarios

Entradas populares