En lo alto de la montaña
En lo alto de la montaña se distinguen las copas de las árbolas más sabias, aquellas que llevan años extendiendo sus raíces.
Cuando una se va adentrando, se distinguen otras medianas y pequeñas, aquellas que crean paisajes hermosos con sus hojas verdes, flores y frutos que caen al suelo, el suelo en donde una puede distinguir, si mira con atención, los brotes de las que son nuevas en esta existencia.
Todas ellas, sin importar su tamaño, se distribuyen a unos cuantos metros de la otra, esto les permite crecer sus ramas en la dirección deseada. Aun cuando pudieran verse tan lejos una de la otra, una siente, al pisar esa tierra, cómo se encuentran enraizadas, conectadas unas con otras. Se puede sentir, incluso, a aquella que se encuentra a años de distancia.
En este lugar, rondan grupos de saqueadores. Las árbolas saben cuando están cerca porque sienten la destrucción y ambición que caracteriza sus pisadas, sus miradas y su tacto. Estas criaturas se acercan a las árbolas y les cuentan mentiras para debilitar sus raíces: fingen preocupación por ellas y les prometen que, si los dejan cortar su madera, arrancar sus flores y robar sus frutos, serán aclamadas y admiradas… validadas. Sus discursos son insistentes. Con trampas, se van impregnando como plaga a la corteza de las árbolas. Sus palabras confusas debilitan las raíces de aquellas que, sin darse cuenta, van soltando a las suyas.
Aquéllas que han vivido más años han visto cómo los saqueadores no son capaces de sentir el movimiento debajo de la tierra; su egocentrismo y deseo de poder les impide pensar en otras formas de existencia. Ellos por verlas inmóviles, ajenos a ellas, las creían sus presas.
Las raíces entrelazadas de las árbolas crean y nutren sentires y realidades que las enraízan a la tierra y las conectan con la sabiduría y los sentires de las que las rodean. En momentos de urgencia, las árbolas más cercanas doblan sus ramas para sostener a las otras. Las árbolas más altas dejan caer ramas sobre aquello que las amenaza, algunas otras dejan caer frutos y flores que sirven de composta para nutrir la tierra que las resguarda.
Los saqueadores se alejan. No hay nada allí que ellos entiendan y las árbolas frondosas festejan, se reencuentran.
* Escrito por Fer Abigail
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