Cierre de curso
En un último día compartido, una maestra siente mucha tristeza de despedirse de las niñas que acompañó porque no pudo transmitirles todo lo que hubiera querido: que estaba bien si no eran amables con los compañeros que las molestaban, que su color favorito podía ser el azul, que podían usar gorras y no iban a parecer hombres porque tienen un cuerpo e historia que las mantiene mujeres…
Pensaba con dolor que esas niñas iban a crecer en un mundo lleno de silenciamiento aun cuando ellas tienen mucho que contar; que, tal vez, algún día querrían continuar escribiendo sus sentires y se lo iban a negar por no ser lo suficientemente inclusivEs; que ya no podrían dibujarse ni a sí mismas.
Se preguntó si en el futuro aún habría círculos de puras niñas compartiendo el lunch y presumiéndose sus juguetes y plumas de unicornio. O si esos espacios también serían retirados porque “hombres y mujeres son iguales y deben estar juntos”.
De repente todo, fue muy abrumador: pensar en ese futuro implica pensar en sí misma ¿La maestra siquiera va a poder seguir acompañando? No vaya a ser que contagie sus malas ideas.
¿Qué va a pasar cuando crezcan?
¿Tendrán que solapar hombres también?
¿Qué pasará cuando entren a la escuela y se sientan señaladas?
¿Encontrarán maestras que las abracen?
Entre las cartas de despedida y la última foto grupal, la maestra todavía siente un nudo en la garganta.
* Escrito por Anabel Aceves
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