Carolina y Catalina

Conmoverse es sentir, no solo escuchar, es reconocer la amora lesbiana en las mujeras que nos rodean, es llorar de alivio o de comprender una tristeza. Nos motiva a actuar desde la ternura y paciencia con las demás y con una misma.

Conmoverse es perder el miedo a reconocer que nos sentimos. Y nos sentimos profunda e íntimamente. Nos refresca la colectiva que somos las mujeras partes de una toda munda. Como la vez que, el tres de junio del año pasado, mi abuela recibió unas flores por su cumpleaños…

“Mi cariño y amor por siempre, mi querida amiga.
Siempre estás presente en mí. ¡Eres todo!
¡Hasta la eternidad mejores compañeras en la vida!
Te quiero mucho. ¡Felicidades!”
Catalina

Catalina es la mejor amiga de Carolina, mi abuela y, aunque vive a miles de kilómetros de distancia, se asegura de que su amiga del alma, por unos buenos setenta y cinco años, reciba flores en su día. La cara de Carolina irradiaba alegría y amora: sus flores favoritas. ¡Claro que Cata lo recordaría!

Nos hice té de hierbabuena para que las historias fluyeran con la calidez del agua herbada. ¡Ay, Catalina, qué no viviste con mi abuela! Desde recuerdos de conflictos infantiles por querer jugar cuando tenía que trabajar y no venderle pan a su amiga; llantos en el cine, en la adolescencia; una lluvia de lechugas; excursiones a las montañas; comprar naranjas como si fueran a alimentar a un pueblo entero; hasta preservar cartas de hace cincuenta años y hablar ahora por teléfono por horas, casi diario, con acuerdos de convivencia recién pautados porque, claro, la vida siempre cambia y una también. 

Su historia de amora me conmueve tanto… Se acompañan la vida. A mí me motiva a lograr que se encuentren en persona aunque sea una vez más: debo llevar a mi abuela a Mérida. Me conmueve su amora, su escucha, su paciencia; me enseña que las lesbianas resistimos y nos amamos aunque a veces no lo nombremos tal cual. A mí, me da mucha fuerza y alegría su clara lesbiandad. Quisiera llegar a los ochenta y ver amoras cultivadas tan bellamente como la de Carolina y Catalina, viendo a las mujeras de mi vida. Sé que así será.

Desde que me contó, o desde que soy consciente de su amora por Catalina, es parte de nuestras pláticas cotidianas que le pregunte por ella para saber cómo está. Catalina es mayor que mi abuelita y tiene débil el corazón, es muy sabia y le receta a mi abuela varios remedios de plantas para los malestares que siente en el estómago; mi abuela la escucha muy atentamente y la acompaña, la aconseja sobre su vida bajo el cuidado de su hija. Ahora que le pregunto por ella a mi abuela, ha recordado más historias, se ríe más a menudo y reconoce lo mucho que la ama, lo mucho que se aman. 

Aunque ahora, por su edad, vive las noticias de muchas muertes; el hecho de que ella y Catalina sigan vivas les da una calma de sentirse aún vigentes. Amo mucho a mi abuelita y tanto para mamá como para mí es importante procurar que sepa que no está sola. Aunque a mí sólo me conozca por mis veintisiete años de vida y no tengamos anécdotas de hace cincuenta años, espero que mi edad le reafirme que no estará sola ni una sola día de su vida y que, aunque sea a la distancia, también pueda en algún momento escuchar y compartir con Catalina.  

* Escrito por María Mai



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