La esperanza de la munda
Una noche cálida de abril, mientras dormía junto a ella, interrumpió mi sueña un fuerte dolor estomacal. Abrí mis ojos para enterarme de que la paz y la tranquilidad de la noche habían dejado mi cama. El dolor se intensificaba en sincronía con el paso de los segundos. Decidí levantarme e ir al baño, remojarme un poco la cara y la panza, aunque esto fue inútil pues no alivió nada.
De vuelta en la cama, ella despertó, se percató de mi crisis de dolor. No dudo en levantarse para hacerme una agüita que me serviría para calmar el malestar. Después de darme a beber la agüita, (mágica creo), me cobijó y se acurrucó a mi lado; me rodeó con sus brazos para calentarme la cuerpa y a la vez el alma.
Mientras empezaba a relajarme, gracias a que estaba menguando el dolor (tal vez por la agüita mágica o por su compañía, a lo mejor fueron ambas), pensaba y reflexionaba que los brazos de otras siempre serán nuestro lugar seguro.
Nos quedamos dormidas, ella y yo entrelazadas, existiendo en ese potencial creador inmenso y poderoso de habitar la vida en compañía de otras mujeres: ellas y nosotras.
Al otro día, ya sin dolor y con el alma llena, seguimos en nuestras rutinas cotidianas. Sin embargo, yo no soy la misma luego de esa noche: ahora soy más consciente de lo afortunada que soy, de lo afortunadas que somos las mujeres, que sabemos ser y estar en compañía con otras.
* Escrito por Claudia, hija de Esperanza.
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Ilustración de JustJustine |
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