Encuentro
Tengo tres semanas sin ver a mi amora. Quedamos de vernos en un punto medio. Vivimos muy lejos una de la otra: yo en los límites de la ciudad; ella, en el EDOMEX, pero en polos opuestos. Fronterizas. Muchos kilómetros. Hora y media nos haremos cada una, tres horas en total si sumamos el tiempo de ambas.
Tengo que tomar una micro que me lleve al metro, tengo que atravesar muchas colonias. Hay peligro y mucha ciudad. Hago la parada, subo, pago el pasaje y tomo un asiento que queda del lado de la ventana.
Observo el trayecto. Hay tráfico: que hay otra manifestación en la alcaldía, que se puso la feria en la calle 306, que van a hacer otra innecesaria plaza comercial allá y otro puente por acá. Hay que rodear, encontrar atajos, meterse entre las callecitas, perdernos y retomar la ruta. “Acelérele, chofer”. Se descompuso el camión, nos bajamos. Que nos devuelve el pasaje o que nos subamos al que viene, dice el chofer.
Me subo a otra micro, ya voy más apretada; incluso de pie y agarrada del tubo, puedo agachar mi cabeza para ver hacia afuera: hay demasiado smog y todo se ve gris. Contaminación, camiones, obras negras, baches, encharcamientos de la noche anterior.
Voy con tiempo, pero todas las personas cerca de mí traen prisa. Me pegan la prisa. Yo también tengo prisa ahora. “Acelérele chofer, písele”. Algo me pasa. Me pegaron la impaciencia, el tiempo pasa más rápido ¿Qué me pasa?
Mi corazón suena como motor. Mis huesos se enfrían y endurecen, se están volviendo de acero. Mis músculos se tensan, se convirtieron en cemento. Estoy sudando diesel. Mis pulmones se atrofian, saco smog por la boca. Cuerpo-máquina, cuerpo-tráiler, cuerpo-edificio.
Me bajo del microbús. Tomo el metro, transbordo. Al fin en Centro Médico. Al fin llego al punto de encuentro. La veo, está recargada en los torniquetes como sosteniéndose, como agotada. Me acerco y me preocupo porque creo que ella está pasando lo mismo que yo. —¿También la ciudad te está enfermando la cuerpa?— le pregunto. —Sí, también—, responde.
La abrazo. Me abraza. Yo creo que ambas sentimos que es un abrazo de despedida. Inicia la cuenta regresiva. Nos quedan pocos instantes antes de convertirnos en un edificio o un camión. “Hasta nunca”, pienso.
Siento la tibieza de su torso cerca del mío y nuestros brazos aferrados. El calor, la suavidad y la humedad vuelven de a poco. Se ablandan mis músculos, la sangre es líquida de nuevo, mi corazona recupera el pulso y ya no traquetea como motor de combi.
Revivimos. Volvimos. De nuevo somos orgánicas, inmortales, cíclicas, de tierra, agua, aire y fuego. Estamos vivas.
Lloramos conmovidas porque la ciudad no nos tragó.
* Escrito por Litzy Mariana
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