El regreso
Hubo un tiempo en el que no eras una esclava, recuerda eso. Andabas sola, llena de risa, te bañabas con el vientre desnudo… dices que no hay palabras para describir esa época, dices que no ha existido. Pero recuerda, haz un esfuerzo para recordar. Si no lo consigues, inventa. Monique Wittig
Me despierta la alarma. No sé mi nombre ni dónde estoy. Tuve uno de esos sueños tan profundos de los que, al despertar, una no se acuerda ni de su propia existencia. Simplemente estoy aquí, flotando en este planeta con el cachete derecho pegado a la sábana babeada y completamente desnuda sobre las sábanas, como a mí me gusta dormir.
No quiero abrir los ojos aún, así que me limito a tantear las cobijas en busca de mi celular. Son las once de la mañana de un hermoso sábado de otoño. Tengo un mensaje de buenos días de mi novia. Qué rico despertarse así. Me gusta iniciar mi día leyendo sus mensajes, me hace sentirme acompañada en esta vida. Creo que la extraño.
Pienso que es hora de levantarme o mi madre vendrá a jalarme de los pies para ir a desayunar esas tostadas de jitomate con frijoles que tanto le gusta preparar. Ruedo por la cama, está fresca, no quiero moverme jamás de aquí así tengan que llamar a una grúa para sacarme. Ni modo, tengo que abrir ya mis ojos y recibir esa resplandeciente luz solar que penetra mi cortina de manta. Veo el techo blanco con una que otra telaraña y la enredadera que trepa la pared que se alza arriba de mi cabecera. Sigo recorriendo mi cuarto con la mirada hasta que… ¡Qué susto! ¿Quién es esa … mujer? Me tapo la cabeza con las sábanas ¿Seguiré soñando? Sí, seguramente. Ni he despertado bien. O quizá se me subió el muerto y sigo alucinando. Me destapo lentamente y, con un ojo, vuelvo a mirar el lugar donde está aquella aparición ¡Sigue ahí! No, definitivamente no estoy soñando.
Vuelvo a observar y esta vez me fijo en aquella figura. Ahí está ella, sentada en la silla de mimbre. Es enorme, apenas si cabe, tiene que doblar muchísimo las piernas para poder sentarse. Su piel es del color de la canela, tiene un hermoso cabello oscuro grueso y brilloso que parece cobija y le llega a la cintura. Es muy peluda. Lleva un extraño pero hermoso vestido de una tela desconocida con algunos símbolos bordados. Me mira fijamente con esos ojos negros pestañudos.
—¿Q-q-q-quién eres?— pregunto temerosa.
La mujer se levanta de la silla ¡Dios mío! Es más enorme de lo que creí. Tiene unas piernas gigantescas y musculosas, unos brazos que pareciera que carga garrafones todo el tiempo, su espalda es corpulenta y bien trabajada, sus caderas son cadenciosas y firmes y sus manos podrían aplastar una sandía sin problemas. Aunque me siento espantada y confundida, también estoy sorprendida y fascinada.
De pronto, la intrusa comienza a hablar en un idioma oculto, mágico. No le entiendo pero me parece muy familiar, siento que lo he escuchado alguna vez. Avanza hacia mí. ¡Ay Jesús! ¿Qué me va a hacer? Me hago bolita y cierro los ojos fuertemente deseando que sea esa experiencia de la que tanto me han hablado…sí, quizá sea que se me va a subir el muerto, eso debe de ser. Escucho que ella se para al lado mío y pone una mano sobre mi vientre y mi corazón. Siento un latido hirviente en todo mi cuerpo.
—Me llamo Alaika, la de las grandes alas. ¿Tú cómo te llamas?
¿Cómo? ¿Ya le puedo entender? ¿Por qué no habló español desde el inicio?
—Mmmmm. ¿Quién eres y por qué quieres saber mi nombre?
—Ya te dije, me llamo Alai…
—No, no, ¡nada! Primero dime, ¿qué haces aquí en mi cuarto así de la nada?, ¿cómo conseguiste entrar?
—No lo sé. Simplemente aparecí aquí.
—¿Cómo qué simplemente apareciste aquí? Además, ¿qué clase de nombre es Alaika, la de las grandes alas?
—Sí, aparecí aquí. No era mi intención molestarte, fue un accidente llegar a tu época. Y lo de Alaika…pues así me pusieron mis madres.
—¿A mi época? ¿Tus madres?
—No quiero que te asustes. Ya he pasado por esto algunas veces y sé el miedo que esto puede provocar. Pero en serio necesito que me creas. Soy una viajera en el tiempo. Vengo de miles y miles de años atrás.
Lo que me faltaba: una viajera en el tiempo. Aunque, por más que parezca de película de ciencia ficción, debo confesar que le creo porque su cuerpo y su modo de ser definitivamente no corresponde a los cuerpos y modos de ser que he visto en mis 16 años de vida.
—¿Qué tantos miles de años atrás?
—Muchos.
Estoy perpleja. Apenas me voy despertando y ya hay una viajera en el tiempo que dice venir de muchos miles y miles de años atrás ¿Qué se supone que deba hacer con eso? Respiro profundo. Tranquilízate.
—¿Y por qué estás en mi cuarto?, ¿Qué quieres de mí?
—Mira, sinceramente, no pensé venir a caer aquí. Así que yo también tengo muchas preguntas. ¿En qué año vives?, ¿Qué lugar es éste?
—Es el 2022 y estás en México.
—Vaya…eso no me dice mucho ¿Me enseñas tu mundo?
No me deja ni contestar, toma mi mano, me saca de la cama y salimos por la ventana en un solo segundo. Por suerte alcanzo a agarrar mi pijama y mis lentes. Ahora estamos en medio de la calle.
—Oye, no puedes hacerme estas cosas. Ni he desayunado— le reclamo mientras termino de acostumbrarme a la luz y ruido callejeros.
—¿Qué quieres que te enseñe?
No escucho ninguna respuesta. Mientras la aguardo, me pongo mis lentes y volteo a verla. Aquella extraña mujer está viendo la ciudad: recorre con su mirada los altos edificios, el espectacular de lencería de la calle de enfrente, la mujer con un rebozo que yace en el piso pidiendo dinero a los transeúntes, la pequeña niña con mochila roja que agarra la mano de su papá y a aquel hombre que camina viendo las piernas de la mujer que va delante. Alaika realmente está paralizada, pálida. Es una piedra viviente.
—¿Q-q-q-qué es todo esto?
—México en 2022, te dije.
En eso, delante de nosotras un hombre besa en los labios a una mujer. Ella los ve y comienza a llorar incontrolablemente.
—Oye, ¿qué te pasa? ¿Tan fea está mi época?— digo divertida.
—Sí— Contesta muy quedito entre su llanto.
—¡Ah caray!, entonces es en serio. Mmmmm, ¿qué puedo hacer por ti?— pregunto confundida al no saber cómo darle contención. No estoy entendiendo nada.
—Llévame de vuelta a tu cuarto, por favor. No puedo más.
Entramos nuevamente por la ventana de mi cuarto. Antes, mi habitación me parecía muy grande, pero con Alaika en su interior, parece ser muy pequeña.
Ella se sienta nuevamente en la silla y recupera su estabilidad respirando profundo.
—Nunca había ido a un año tan lejano del mío, no pensé que fuéramos a acabar así— solloza.
—¿Me puedes explicar qué está sucediendo, por favor? Quiero entenderte— digo mientras acaricio su cabellera con ternura. Algo tiene ella que me inspira querer quererla.
—De donde yo vengo, las mujeres no convivimos con ellos.
—¿”Ellos”? ¿Quiénes?
—Pues…ellos— dice mientras recorre mi habitación con la mirada en búsqueda de algo. Sus ojos se encuentran con una pequeña escultura, una tarea escolar, sobre la figura humana masculina.
—¡Ellos!— exclama señalando la figurilla.
—¡Ah! Con los hombres. Vaya… ¿Cómo que no conviven con ellos?—, pregunto muy confundida.
—Así como lo oyes, no convivimos. Nosotras las mujeres, exclusivamente nosotras, vivimos en comunidad, en una muy hermosa, abundante. Todas somos muy felices. Ellos...pues no sé qué son o a qué se dedican pero viven lejos en comunidades exclusivamente de ellos. O más bien vivían lejos de nosotras.
—¿Quéeeeeeeee? ¡Toda la historia que he aprendido a lo largo de mi vida me la vienes tú a tirar en 10 segundos! Pero, ¿cómo que “vivían”? ¿Qué pasó? Anda, cuéntame.
La verdad, no puedo creer del todo en sus palabras, pero algo en mi corazón me hace sentir que no está mintiendo. ¿Será verdad? ¿En serio en el pasado hombres y mujeres no convivían para nada? Voy a escucharla.
—Te lo contaré todo, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Hace dos años, empezamos a notar que merodeaban nuestros territorios, los sorprendíamos viéndonos bañarnos, tomando nuestros frutos, vigilando nuestras actividades, escondidos entre los árboles. Obviamente se nos hizo muy extraño y cada semana era más frecuente. Días después las diosas nos dijeron que teníamos que prepararnos porque se avecinaba una gran guerra. Y dicho y hecho, una semana después encontramos a una de nosotras tirada al lado del río malherida. Se llama Jixkil´el. Nos dijo que no sabía qué había pasado pero que uno de ellos la había atacado y le había metido algo de él en su vagina. Desde ahí, ella se fue apagando y dejó de hablar. Pero lo que sí nos pudo contar es que notó que ese hombre tenía más fuerza física de que la que ellos suelen tener. Y lo entendimos todo…ya llevaban años preparándose.
—¿Preparándose?, ¿para qué?— pregunto intrigada.
—Para atacarnos de manera organizada, ¡siempre fue su plan! Después de la tragedia de Jixkil´el, nos empezaron a llegar noticias de comunidades de mujeres vecinas que también estaban pasando por lo mismo. Ellas, a su vez, habían recibido la misma información de otras comunidades. Tal y como dijeron las diosas: empezó la guerra, llevamos un año resistiendo y luchando.
—No sé cómo procesar todo esto que me estás diciendo, tengo muchas preguntas, muchas incógnitas, aunque a la vez varias cosas me hacen sentido ahora. Te tengo que preguntar ¿por qué estás tú aquí?, tus mujeres, ¿no te necesitan?
—Te diré: cuando recién comenzó la guerra, me fui a refugiar dentro de un enorme ahuehuete y me quedé dormida ahí. No sé cómo ni por qué, pero al despertar todo era muy distinto. Minutos después me percaté de que había viajado en el tiempo. La primera vez viajé unos cien años futuros a mi época.
—¿Y cómo era?—, le pregunto con los ojos bien abiertos.
—Horrible, ni siquiera quiero contarlo. Pero en ese viaje supe que mi misión sería transmitir el mensaje a las mujeres de diferentes épocas. El mensaje de que antes no vivíamos con ellos…el mensaje de que antes éramos libres.
Un enorme sentimiento invade toda mi cuerpa y me pongo a llorar desconsoladamente. Todo lo que he oído esta mañana es imposible y, sin embargo, sé que es verdad. Empiezo a sentir las manos de Alika que me rodean, son tan cálidas, tan suaves, tan cobijadoras que parecen olas marinas pequeñas que espumosas llegan al pie de la playa, mojando los tobillos y transportando conchitas, caracoles y piedritas hermosas. Así la siento yo, tan cercana a mí. Me calma, me ayuda a recuperarme.
—Nunca había viajado tan al futuro y me horrorizo de lo que veo, pues ahora resulta que hasta los amamos. Te lo digo a ti: ésos no tienen nada que ver con nosotras.
—Bueno, pues déjame te digo que yo no los amo. Amo a mi mamá, a mi hermana mayor, a mi abuelita, que en paz descanse, a mi novia y a mis amigas. Ellas me aman de regreso. A eso, aquí en mi época, le llamamos “lesbiandad”.
Veo que a Alaika se le inundan los ojos y sonríe de felicidad de una manera indescriptible. Me abraza nuevamente y me da muchos besitos pequeños en la cara agarrando mis mejillas con sus manos enormes.
—Entonces no todo está perdido. Veo que la rebeldía continúa. Eso es obvio, no van a ganar.
Alaika se pone a dar brinquitos por toda la habitación, cantando y riéndose.
—Oye y a todo esto, ¿tú como hablas español si vienes de tan lejos?—, le pregunto.
—¿Español? No estoy hablando en español.
—Ajá sí ¡Cómo no! Entonces, ¿cómo nos hemos comunicado todo este tiempo?
—Las mujeres hablamos en una lengua antigua, sólo de nosotras. Se llama ginerio y existe desde hace miles y miles de años, mucho antes de que los hombres crearan sus propias lenguas y borraran la nuestra. Todo este tiempo has estado hablando en ginerio.
—Pero ¿cómo es eso posible? Yo ni siquiera sé cómo se habla el ginerio.
—Sí, sí lo sabes. Siempre lo has sabido y todas las mujeres lo hablamos.
—Pensé que estábamos hablando en español.
—No, no has pronunciado nada en español. Lo has creído así porque te resulta tan natural hablar el ginerio, es una lengua que se habla desde la útera y la corazona. Tu mente, ya descodificada por el patriarcado, no lo entiende aún y trata de darle explicación. Pero no, todo este tiempo hemos hablado ginerio. Cuando recién nos conocimos, toqué tu vientre y pecho ¿Recuerdas? Mis manos te hicieron recordar.
—¡No lo puedo creer! A ver, explícame más— pido, abrumada pero curiosa.
—El ginerio es la lengua ancestral de todas las mujeres del mundo y se enseña de mujer a mujer, de madre a hija. Por eso la primera palabra que pronunciamos cuando somos bebas es “mamá” o “ma”, una palabra totalmente gineria.
—¡Es cierto! Mi primera palabra fue “ma”— dije mientras me invadían las ganas de ir a abrazar a mi madre.
—¡Sí! El ginerio es tan poderoso que lo llevamos en nuestro interior. Por ejemplo, ¿alguna vez has soñado con palabras o símbolos para ti desconocidos?
—Mmmmm, sí. Eso creo.
—Bueno pues eso es ginerio. ¿Alguna vez te ha pasado que sabes qué es lo que quiere tu hermana, tu madre o una amiga antes de que ellas te lo digan?
—Sí. De hecho, ayer sentí que mi mamá tenía ganas de ser abrazada, algo me lo dijo. Entonces fui con ella a abrazarla y empezó a llorar. Me dijo que estaba pensando en pedirme un abrazo porque se sentía triste. ¿A eso te refieres?
—Así es. Eso es ginerio. Tu mamá se comunicó contigo en ginerio y te pidió un abrazo. Por eso tú supiste lo que ella necesitaba.
—¿Y cómo es que entonces las mujeres de mi época no sabemos como tal de su existencia?
—En el fondo si lo saben. Mira, el ginerio también lo entienden los animales, las plantas, las piedras, el viento, el agua, la tierra y el fuego. Los hombres sintieron tanta envidia de no comprender nuestra lengua que se comieron a los animales, talaron a los árboles, aniquilaron a todo ser vivo que encontraban y destruyeron nuestros escritos. Después inventaron sus propias lenguas y nos forzaron a hablarlas, al mismo tiempo que nos obligaron a estar calladas. Pero lo que ellos ignoran es que el ginerio va más allá de la palabra hablada y escrita, no lo dimensionan, no lo entienden. Muchos de ellos han intentado hablarlo pero les es imposible. El ginerio es una lengua viva y nunca va a morir mientras haya mujeres.
—¡Estoy fascinada con todo lo que me has compartido! Siento que ahora mi mundo es totalmente otro.
—Eso es lo importante, saber que otro mundo es posible. Porque hubo ya un pasado que lo fue y hay que regresar a él, hay que regresar a nosotras. Tengo que irme ya, gracias mujer amada ¿Cómo te llamas?
—Violeta. Muchas gracias a ti, me cambiaste la vida. Ojalá te vuelva a ver.
—Ya vivo en ti y tú vives en mí.
Me da un beso en la frente, sale por la ventana y, antes de echarse a correr, se despide de mí con la mano y una gran sonrisa.
Me siento sobre la silla que Alaika utilizó durante nuestra charla. Aún sigue caliente. Me quedo ahí unos minutos procesando todo lo que ahora sé. Me siento sorprendida y, a la vez, furiosa; con mucho ímpetu y llena de vida. En eso, mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido de un mensaje en mi celular. Lo abro: “Me encontré a tu mamá y a tu hermana en la calle y estamos aquí afuera, ¿vienes a desayunar? Te amo. Ya quiero abrazarte”.
Es un mensaje de mi novia. Dejo el celular en la mesa y presurosa me cambio de ropa. Ya quiero ir con ellas, abrazarlas, mimarlas y contarles lo que me sucedió esta mañana.
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Ilustración de Azzurro Velluto |
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